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Candelaria - TENERIFE, Islas Canarias, Spain
Profesor del Departamento de Física y Quimica.

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lunes, 22 de abril de 2013

ENTREVISTA A ANA MARIA LAJUSTICIA (QUÍMICA)


Semana Cultural 2012-13

¡¡¡Hay que ver como se conserva!!!
¡Presten atención a esta entrevista!
Que sepan que las pastillas de colágeno con magnesio se venden en todos los herbolarios y en el súper de El Corte Inglés donde están todas las cosas estas de herbolario (no en la parafarmacia).

miércoles, 10 de abril de 2013

Pi.

http://youtu.be/aFVyP1z2uzU

Un ilustre pero sencillo vecino.

MIGUEL ÁNGEL AUTERO.


 Guadalupe Flores no podía contener las lágrimas ayer cuando le preguntaron por uno de sus vecinos y clientes más ilustres. Estaba detrás del mostrador de su venta, Frutas y Verduras Selectas, en la calle Robayna de Santa Cruz de Tenerife, donde tantas veces antes había atendido a un genio del pensamiento contemporáneo de España. José Luis Sampedro, que falleció en la madrugada del pasado lunes a la edad de 96 años, había elegido la capital tinerfeña para pasar los inviernos en tierras más cálidas junto a su mujer, Olga Lucas.
 
Corría el año 2003 cuando la pareja decidió fijar su residencia de invierno en un piso de alquiler de la citada calle santacrucera y allí, el genial pensador "convivió con los vecinos como uno más". "Se paraba a hablar con todo el mundo, pero sobre todo, le encantaba escuchar a todo el mundo", recuerda Lupe Flores.
Solo fueron cinco los años en los que la pareja residió en esa calle, aunque es cierto que los lazos que le unieron a Tenerife son anteriores y habría que remontarse a 1962, cuando ofreció una conferencia en el Ateneo de La Laguna.
 
Dos caídas en la calle, en 2008, y su hartazgo ante las incomodidades por los controles de seguridad establecidos en los aeropuertos tras los atentados del 11-S en Nueva York, hicieron que José Luis Sampedro y Olga Lucas no regresaran ya en el invierno de 2009. Y es que algunas de las nuevas aceras del centro de Santa Cruz no estaban hechas para todo el mundo y al escritor le costaba ver bien algunos de los bordillos, lo que le provocó que en una de esas caídas tuviera que ser hospitalizado.
"Papayas, plátanos, dulces típicos y alguna que otra golosina era lo que más compraba Sampedro", aseguraba Lupe ayer por la mañana, todavía emocionada por la noticia del fallecimiento del escritor. Reconoce que cuando vio a aquel hombre entrar en su tienda por primera vez, no se lo pensó dos veces y le preguntó si era José Luis Sampedro. Casi sin esperar a que le contestara afirmativamente el autor de La sonrisa etrusca, Lupe salió de detrás del mostrador y le estampó dos besos junto a un cálido y sentido achuchón: "No podía creerme que Sampedro entrara a la tienda para comprarme fruta", revive Flores quien añade que el escritor llegó a su tienda "con una gorrita y pantuflas". "Pero le reconocí en cuanto entró por la puerta".
 
A Sampedro le encantaba el clima de la Isla, pasear, conversar y sentarse en la plaza Weyler, la de los Patos o la Rambla, entre Benavides y el García Sanabria. "Solía llevar en el bolsillo de su chaqueta una libretita y un lápiz: Siempre estaba preparado para apuntar las palabras que escuchaba de la gente o las ideas que se le ocurrían para después incluirlas en su obra", afirma.
"A la frutería acudía prácticamente a diario, con Olga o él solo" y de vez en cuando Lupe le decía que "en este país aún no le habían reconocido como se merecía". Por eso ayer, ella contaba también que se alegró muchísimo cuando le otorgaron el Premio Nacional de las Letras, en 2011.
"No venía por aquí desde hace cinco años y muchas de las personas que como yo coincidíamos con él y hablamos un ratito, le echábamos de menos por aquí y ahora sentimos mucho su fallecimiento", señaló Lupe, ayer, mientras caminaba por la acera de la calle Robayna para señalar la vivienda exacta en la que el escritor residió durante un lustro.
 
Sampedro tenía otro rincón al que le gustaba ir casi a diario. La cafetería Scorpio, en la calle Jesús y María, fue testigo de cómo el escritor y su mujer se sentaban en una de las mesas redondas, "siempre en la misma esquina", para saborear un barraquito, recuerdan Montserrat Rodríguez y José Barrera.
Montserrat comenta que a José Luis Sampedro no le gustaba viajar, o más bien no le gustaban los aeropuertos y los controles de seguridad. "Decía que odiaba tener que quitarse el cinto para pasar por el arco de seguridad, porque se le caían los pantalones de lo delgado que estaba". También recuerda el último invierno que pasó Sampedro en la casa de Robayna y relata que, después de que se cayera en la calle, su mujer le ponía una crema de aloe vera en la cara, donde se había golpeado. "Bromeaba con mi marido diciéndole que se le iban a quitar todas las arrugas que tenía".
"Él se sentaba en la mesa y si venía solo se ponía a escribir o conversaba con otros clientes. Era una persona muy campechana, muy sencilla", recuerda.
 
Pero quizás quien más lo llegaría a conocer en Santa Cruz de Tenerife sería Annia Thoel. En 2011 relató a este periódico cómo le conoció el 1 de febrero de 2003, en un restaurante de la capital. Se acercó a su mesa y le pidió un autógrafo. Días más tarde, ambos se volverían a encontrar, esta vez en la plaza de los Patos: Ambos se convirtieron en vecinos del edificio de la calle Robayna y luego en grandes amigos que no dejaron de intercambiar correspondencia. Tan estrecha fue la relación que el escritor dedicó a Irene y Eugenia, las hijas de Annia Thoel y su marido, José Francisco Arnau, La Senda del Drago.
 
Annia afirmó entonces que "Sampedro era excepcional como ser humano, de una sencillez absoluta. Huía de las masas y nunca hizo gala ni ostentación de nada. Como persona, era la pera".

La rambla que acogió al genio

ALMUDENA CRUZ José Luis Sampedro encontró su refugio vital en la rambla chicharrera. Allí acudía a diario en busca de la prensa. Recurría para disfrutar de sus lecturas, incluso de la escritura, al arbolado rincón que atraviesa de punta a punta la capital tinerfeña. Un trazo verde en el callejero que adoraba y que vivió con entusiasmo. "El segmento en el que me refugio siempre que puedo es el comprendido entre la calle Benavides y el Parque García Sanabria", explica en el prólogo que redactó para el libro Santa Cruz de Tenerife, de Tauro Ediciones, que fue además traducido al inglés y el alemán. Nueve páginas en que el ahora fallecido economista, escritor y humanista traza una ruta sentimental por lo que el mismo denominó "mi Santa Cruz".

 
El idilio de Sampedro con Tenerife nació en 1962. El Ateneo de La Laguna buscaba, en plena dictadura franquista, voces expertas que sacudieran con sus palabras las telarañas del silencio forzado. "Fue un amigo de Madrid quién me aconsejó que llamara a José Luis Sampedro, por entonces profesor de Economía en la Universidad", recordó ayer Alonso Fernández del Castillo, amigo íntimo del escritor. "Efectivamente, José Luis fue siempre un hombre sin pelos en la lengua", añadió.
 
A aquella primera visita le sucedieron varias y de muchos meses de duración. Huyó del frío madrileño y, en el camino, encontró amigos y rincones propios. Casi 50 años compartidos entre la capital y Tenerife le convirtieron, sin apenas darse cuenta, en un chicharrero más. "Yo siento que haciéndome isleño soy más quien soy. Santa Cruz ha ido siendo cada vez más mi ciudad en mi isla a lo largo de los años", aseguraba Sampedro.
 
Taganana, el Teide, las playas del sur y el Puerto de la Cruz fueron otros de sus espacios favoritos. "Hacíamos constantes excursiones, le encantaba el mar", recordó ayer una emocionada René de Armas, otra de las amigas tinerfeñas que Sampedro fue forjando a base de cariño y una inquebrantable buena disposición para participar en cualquier acto, conferencia o manifestación a la que fuera convocado. En la misma ciudad atlántica donde fue acogido como uno más paseó su indignación –antes de apadrinar esa palabra junto a los manifestantes del 15M– contra la ocupación de Irak. En Tenerife recibió también, en 2006, la Medalla al Trabajo. En Canarias, esta vez en la vecina ciudad de Las Palmas, recogió de la mano del Rey Juan Carlos la Medalla de Oro de Bellas Artes. Y la lista sigue.
 
Las hemerotecas isleñas están llenas de entrevistas, conferencias y participaciones públicas y privadas del que un día fue nombrado Hijo Adoptivo de Santa Cruz. Un título que le llegó tarde y sin el entusiasmo que se merecía. "Nunca se le entregó oficialmente, no hubo actos, apenas un escueto oficio firmado por el Secretario del Ayuntamiento que fue remitido a su residencia de Madrid", aseguró Fernández. Hacía ya cinco años que Sampedro no viajaba a la Isla. El largo viaje en avión se le hacía ya muy cuesta arriba frente a las ventajas de tomar el Ave y aparecer mágicamente en la costa Andaluza. "Nunca llevó bien eso de tener que quitarse el cinturón y los zapatos en los controles de seguridad del aeropuerto", recordó ayer el mismo amigo que compartió con él sobremesas interminables y "deliciosas".
 
Quizás es tarde ahora para el homenaje que la ciudad debió brindar en tiempo y forma al ilustre economista. Él, que no era amigo de deudas, zanjó la suya con los chicharreros –hace ya muchos años– cuando escribió sobre sus vecinos: "Siempre, en mi trato personal incluso callejero y con desconocidos, he apreciado actitudes apacibles, discretas, a veces con cierta reserva o timidez incluso, pero acogedoras y hasta hospitalarias. Es cierto que a veces la calma, la lentitud y la escasa atención a la hora del reloj me han contrariado [...] Pero poco a poco he acabado por aceptar que la adquisición de un medicamento en una farmacia gana en humanidad si la compradora de la pócima se siente más segura y quizás ya algo mejorada si mantiene un diálogo con el farmacéutico sobre las cualidades del producto".