ALMUDENA CRUZ José Luis Sampedro encontró su refugio vital en la rambla chicharrera. Allí acudía a diario en busca de la prensa. Recurría para disfrutar de sus lecturas, incluso de la escritura, al arbolado rincón que atraviesa de punta a punta la capital tinerfeña. Un trazo verde en el callejero que adoraba y que vivió con entusiasmo. "El segmento en el que me refugio siempre que puedo es el comprendido entre la calle Benavides y el Parque García Sanabria", explica en el prólogo que redactó para el libro Santa Cruz de Tenerife, de Tauro Ediciones, que fue además traducido al inglés y el alemán. Nueve páginas en que el ahora fallecido economista, escritor y humanista traza una ruta sentimental por lo que el mismo denominó "mi Santa Cruz".
El idilio de Sampedro con Tenerife nació en 1962. El Ateneo de La Laguna buscaba, en plena dictadura franquista, voces expertas que sacudieran con sus palabras las telarañas del silencio forzado. "Fue un amigo de Madrid quién me aconsejó que llamara a José Luis Sampedro, por entonces profesor de Economía en la Universidad", recordó ayer Alonso Fernández del Castillo, amigo íntimo del escritor. "Efectivamente, José Luis fue siempre un hombre sin pelos en la lengua", añadió.
A aquella primera visita le sucedieron varias y de muchos meses de duración. Huyó del frío madrileño y, en el camino, encontró amigos y rincones propios. Casi 50 años compartidos entre la capital y Tenerife le convirtieron, sin apenas darse cuenta, en un chicharrero más. "Yo siento que haciéndome isleño soy más quien soy. Santa Cruz ha ido siendo cada vez más mi ciudad en mi isla a lo largo de los años", aseguraba Sampedro.
Taganana, el Teide, las playas del sur y el Puerto de la Cruz fueron otros de sus espacios favoritos. "Hacíamos constantes excursiones, le encantaba el mar", recordó ayer una emocionada René de Armas, otra de las amigas tinerfeñas que Sampedro fue forjando a base de cariño y una inquebrantable buena disposición para participar en cualquier acto, conferencia o manifestación a la que fuera convocado. En la misma ciudad atlántica donde fue acogido como uno más paseó su indignación –antes de apadrinar esa palabra junto a los manifestantes del 15M– contra la ocupación de Irak. En Tenerife recibió también, en 2006, la Medalla al Trabajo. En Canarias, esta vez en la vecina ciudad de Las Palmas, recogió de la mano del Rey Juan Carlos la Medalla de Oro de Bellas Artes. Y la lista sigue.
Las hemerotecas isleñas están llenas de entrevistas, conferencias y participaciones públicas y privadas del que un día fue nombrado Hijo Adoptivo de Santa Cruz. Un título que le llegó tarde y sin el entusiasmo que se merecía. "Nunca se le entregó oficialmente, no hubo actos, apenas un escueto oficio firmado por el Secretario del Ayuntamiento que fue remitido a su residencia de Madrid", aseguró Fernández. Hacía ya cinco años que Sampedro no viajaba a la Isla. El largo viaje en avión se le hacía ya muy cuesta arriba frente a las ventajas de tomar el Ave y aparecer mágicamente en la costa Andaluza. "Nunca llevó bien eso de tener que quitarse el cinturón y los zapatos en los controles de seguridad del aeropuerto", recordó ayer el mismo amigo que compartió con él sobremesas interminables y "deliciosas".
Quizás es tarde ahora para el homenaje que la ciudad debió brindar en tiempo y forma al ilustre economista. Él, que no era amigo de deudas, zanjó la suya con los chicharreros –hace ya muchos años– cuando escribió sobre sus vecinos: "Siempre, en mi trato personal incluso callejero y con desconocidos, he apreciado actitudes apacibles, discretas, a veces con cierta reserva o timidez incluso, pero acogedoras y hasta hospitalarias. Es cierto que a veces la calma, la lentitud y la escasa atención a la hora del reloj me han contrariado [...] Pero poco a poco he acabado por aceptar que la adquisición de un medicamento en una farmacia gana en humanidad si la compradora de la pócima se siente más segura y quizás ya algo mejorada si mantiene un diálogo con el farmacéutico sobre las cualidades del producto".
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