SANTIAGO CARRILLO - Madrid - 27/10/2009
Creo sinceramente que en un país que no hubiera vivido una guerra civil, Sabino Fernández Campo no hubiera escogido la profesión militar. Sin demérito para ésta, supongo que sus aptitudes personales le hubieran llevado por otro camino, quizá la política o la diplomacia. El general tenía la talla de un hombre de Estado. Y en los años de la Transición puso de relieve brillantemente esas facultades.
Su labor de secretario, primero y luego de jefe de la Casa Real, transcendió al gran público solamente a raíz del 23-F. Aquella frase referida al jefe del golpe, Alfonso Armada, es de esas que quedarán en la Historia de España: "Ni está ni se le espera". Fue como si hubiese captado en un instante toda la estrategia de los conspiradores y hubiera desmontado la clave para la generalización del golpe. Y, además, mantuvo a Armada toda aquella noche alejado de la Zarzuela, a pesar de la insistencia que éste puso en acudir. Y no fue un acto inspirado solamente por la idea de proteger al Rey: se trataba de proteger al nuevo Estado democrático que era lo que estaba en juego, fundamentalmente.
En la noche del 23-F, el jefe del Estado tuvo a su lado el mejor consejero imaginable. Es uno de esos casos que muestran el gran papel que una persona puede jugar si está en el sitio y en el momento oportuno.
Pero fuera de este momento crucial, durante los años largos y difíciles en que Sabino desempeñó el papel de consejero dio abundantes pruebas de su sagacidad y su prudencia. Creo que los dirigentes políticos que estábamos en funciones, entonces, tuvimos experiencias de ello. Personalmente, yo tuve una, quizá la menos fácil, pues en aquellos tiempos no era cómodo el entendimiento entre el secretario general del Partido Comunista y la mayoría de aquellos militares. Habíamos estado enfrentados en la guerra civil y todavía seguían considerándonos como el enemigo.
Y, sin embargo, me sorprendió la facilidad con que llegó a establecerse entre Sabino Fernández Campo y yo mismo una relación política amistosa y cordial, en la que intercambiamos ideas con la mayor libertad. Recuerdo entrevistas mantenidas en su apartamento en las que llegamos a profundizar incluso sobre el tema de la Monarquía. El general era profundamente leal al Rey y a la familia real; hubiera dado su vida por ellos.
Sin embargo, consideraba que las Monarquías en el mundo iban siendo unas formas superadas por la Historia. Y consideraba que la monarquía seguía siendo necesaria en España por circunstancias históricas muy peculiares, razón por la que la servía fielmente. No creo que sea indiscreto publicar hoy esto. Ni decir que no siempre fue feliz en su trabajo; pero que siempre cumplió sus funciones impecablemente.
La relación amistosa con Sabino y su esposa Teresa se mantuvo después de salir del cargo en la Casa Real. El paisanaje nos unía también en cierto modo, ser asturiano marca. Haciendo balance de estos años, estoy convencido de que la labor de Sabino actuó de lubricante muchas veces, con su ponderación, entre fuerzas que veníamos de horizontes muy diversos e incluso opuestos.
Personalmente le tengo que agradecer al general que asistiera al homenaje que se me ofreció en mi 90 aniversario, lo que fue motivo para que algunas organizaciones de extrema derecha, que todavía viven en el siglo pasado, le atacaran públicamente.
El general Fernández Campo nos deja. Pero él es hoy, sin duda alguna, un personaje que ha entrado por la puerta grande en la Historia de nuestro país. Mi más sentido pésame a sus hijos y a su esposa Teresa.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.